domingo, 16 de noviembre de 2008

Santa Marta

Siempre me gustó Santa Marta y aunque todas las veces que fui se tratara de pasos fugaces hacia el Tayrona terminaba saliendo de ella con la sensación de quererme quedar por un tiempo más, intuyendo que si algún día tuviera que vivir en un lugar diferente a Bogotá ese sería Santa Marta.

Esta vez la estadía fue igualmente corta pero viví la ciudad de una manera muy diferente, sin el afán de conocer terminé conociéndola mucho más que en los viajes pasados. Un día hablando con un par de samarios, Oliverio del Villar y su hijo Hernando, hizo toda la diferencia. Entre más viajo y más conozco más me convenzo de que lo realmente maravilloso de un lugar son los encuentros con la gente que este posibilita.

Oliverio es un personaje mítico de la ciudad Todo el mundo lo conoce y él, por supuesto, conoce a todo el mundo. Se declara fidelista, chavista y moralista… de los de Evo! En una noche en la que cocinó para nosotros su legendaria receta Pargo Promiscuo, porque es chef además de poeta y ex-guerrillero, nos contó en un monólogo de cuatro horas miles de sus aventuras junto a la más variada selección de personajes en la que se juntaban Poncho Rentería Fidel y el Ché.


(Oliverio cocinanado y yo de ayudante)

Hernando tiene también gracia para hablar como su padre, se mueve por Santa Marta con desenvoltura manejando a la perfección el para mí inescrutable código de pitazos, el cual permite que en el medio del caos vehicular no haya un accidente en cada cruce. Tres pitazos seguidos son "ahí voy", uno sólo significa algo más y dos también pero mi mente cachaca no me permitió entender qué. Mientras vamos al mercado nos habla de su proyecto de hacer casas ecológicas, de cómo en la Costa si hablas de ecología es que eres un marica, de sus compañeros de colegio que pagaban para que les hicieran los trabajos y ahora son Senadores de la República. Se interrumpe de vez en cuando para hacer de guía, nos cuenta en qué zona de la ciudad estamos y continúa "Santa Marta me gusta porque aquí está todo por hacer, no como Cartagena que es un huequito amurallado donde quinientos años después todavía hay esclavitud".

La Costa es definitivamente otro mundo, un cachaco allí es casi tan extranjero como un gringo, así imágenes usuales para cualquier costeño me maravillaban todo el tiempo, el Old Parr exhibido en los escaparates forrados en espejo puestos en la mitad de las calles de San Andresito, las ollas enormes llenas de sancocho en restaurantes improvisados al frente de cualquier casa, las conversaciones entre amigos que más parecían las más encarnadas discusiones. El paso por Santa Marta fue tan sólo el inicio de una semana de descubrimiento de ese otro país.


mayo de 2007

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