viernes, 22 de enero de 2010

Contradicciones

Tengo una rara sensación con la solidaridad de los colombianos frente al terremoto de Haití. Todos los noticieros muestran las instalaciones de la Cruz Roja desbordándose de mercados donados. Hay puntos de acopio en toda la ciudad, algunas barras bravas de los equipos de fútbol decidieron dejar de gritar y pelearse por un momento y dedicarse a recolectar comida. Gente llega con carros llenos de comida desde el llano, el valle, la costa. Incluso los presos de no recuerdo qué cárcel decidieron también hacer su propia campaña de ayuda. Al tercer día del terremoto yo misma quise salir a recaudar cosas en mi barrio, hasta que la administradora del conjunto me lo prohibió argumentando que si se hacía tal campaña no debería obedecer a mi iniciativa particular sino a una acción programada desde la administración, la cual, por supuesto, nunca organizó.

Según las últimas noticias que leí , a nivel nacional iban recaudadas ciento noventa y tantas toneladas de comida, ropa y enseres y un millón de dólares. ¡Es maravilloso! Pero no puedo dejar de pensar, ¿por qué no somos tan solidarios con los 4 millones de desplazados que hay en el país?
Es gente que de un día para ha perdido su casa, su fuente de empleo y en la mayoría de los casos algún familiar. Hay miles de niños huérfanos no por un terrible movimiento de la tierra sino por las balas. Una familia desplazada llega cada hora a Bogotá. ¿No es esa una cifra aterradora? ¿No es una situación que debería movilizarnos a todos?

La tragedia de los desplazados es una realidad deliberadamente ignorada. Sólo cuando irrumpen nuestra cotidianidad en un bus, en una esquina o tomándose un parque de la capital nos acordamos de su existencia, eso sí, siempre lejana a la nuestra. Podemos imaginarnos ser víctimas de un terremoto, pero ¿ser desplazados? No, eso no, eso es para los que hacen parte del conflicto armado.

Es fácil comprar un mercado y sentir la satisfacción inmediata del deber cumplido, es mucho más difícil revisar nuestra historia, nuestra realidad. Ver que la comodidad de muchos significa la miseria de otros. Que el poder ir a la finca gracias a la tan proclamada seguridad democrática significa la inseguridad para otros, significa también menos acceso a salud para muchos y menos cobertura de la educación pública. Es más fácil ignorar a los más de 4 millones sin techo de este país y sufrir por los de Haití.