miércoles, 24 de marzo de 2010

Otras Historias

Hace unos días llegué a Bogotá y siento que estoy en un país diferente a aquel en el que estuve el último mes: el sur del Tolima.

Por esos lados nacieron las FARC y aún hoy la guerrilla tiene el control de esta región. Me decían algunas personas que desde que Uribe es presidente hay más presencia del ejército en los cascos urbanos, pero que desde el monte la guerrilla es la que realmente domina la zona. Ellos saben todo lo que pasa. "Por aquí no hay ladrones, ni viciosos, ya los mataron a todos" , me dijo un señor en un tono que no me dejó saber si era en broma o en serio.

La gente vive con miedo, pero es un miedo al que ya están acostumbrados, saben qué hacer y qué no hacer. En las zonas rurales no se puede mostrar ninguna deferencia con el ejército nacional, saludar, ofrecer un jugo, vender un almuerzo porque inmediatamente la guerrilla puede acusar de ser colaborador del ejército. Pero más cerca de los pueblos la fidelidad al ejército se tiene que demostrar a pesar del acoso de la guerrilla. Conocí a una familia a la que por 4 años tanto un bando como el otro acusaban de ser aliados del enemigo, porque en alguna ocasión miembros de los ejércitos pasaron por allí pidiendo comida. Finalmente uno de los bandos asesinó al padre del hogar. También escuché la historia de una mujer que está totalmente enamorada de un soldado, pero no puede contarle a nadie de su amor porque sabe que su vida estaría en peligro.

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Llego a un salón de preescolar en la escuela del pueblo, es un salón como el de cualquier otra escuela, carteles de colores pegados en las paredes, el tablero en otra, juquetes acomodados en un mueble en una esquina, pero de pronto empiezo a notar grandes huecos en el techo. Le pregunto a la profesora qué pasó y me dice que son producto de las balaceras, "sí porque el ejército se hace aquí abajito para atacar a la guerrilla, entonces a nosotros nos llegan las ráfagas"... esas ráfagas han dejado huecos que 10 cm de diámetro... Pero ella me lo dice sin el menor cambio en su voz, sin siquiera fruncir el ceño. Le pregunto cuándo fue la última balacera y me dice que no hace mucho, que ya no se acuerda exáctamente cuándo fue porque "¡como hay tantas!", pero eso sí se acuerda que hace 15 días hubo una masacre allí cerquita de la escuela, "llegaron a una casa y mataron a toda una familia".

El coordinador de un colegio me cuenta que los niños están tan acostumbrados que ya no le tienen miedo a esos enfrentamientos, que por el contrario, cuando hay balacera los profesores se tienen que poner atentos a no dejar que se escapen del colegio "porque a los niños lo que les gusta es ir a ver la accción desde bien cerquita".

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Hablando con el alcalde de un pueblo, un señor que me dio la impresión de ser muy honesto y de haber llegado hasta allí por la sincera voluntad de ayudar, me contaba que él no puede salir de la zona urbana a menos que sea en helicóptero. El año pasado llegó al pueblo el Señor presidente a uno de sus consejos comunitarios y desde allí el alcalde es visto como partidario del gobierno y por ende enemigo de la guerrilla. Me contó que el año pasado salió del país por unos días y allí caminando por unas montañas parecidas a las de su pueblo volvió a sentir la libertad.

Cada vez que salgo de Bogotá siento que vivo en una burbuja. Esta vez salí para encontrarme de frente con la violencia, con el absurdo. Pero también descubrí la belleza de seres humanos que a pesar de las condiciones en las que viven, sonríen, perdonan y siguen intentando construir un camino diferente.