domingo, 16 de noviembre de 2008

de buses

Hay algunas cosas de Bogotá a las cuales es más difícil adaptarse que a otras, el insoportable tráfico es una de ellas, el ver pasar tanto tiempo de la vida sentado dentro de un bus.


Antes intentaba leer y abstraerme en esos momentos propensos al desespero hasta para los màs pacientes, pero es que tratar de fijar la vista en las palabras entre cada impetuosa frenada y arrancada del conductor no era tarea fácil y ademàs llegaba a mi destino mareada y con un dolor de cabeza que me duraba el resto del día. Por eso ahora me dedico oir y cantar vallenatos, a mirar por la ventana, a la gente que se sube al bus, a escuchar las conversaciones de las personas de al lado... y resulta que casi siempre en cada viaje pasa algo digno de ser contado, una situación, una conversación, algo.

Voy en el bus, estamos en el trancón acostumbrado, afuera está parado con su guitarra un señor de unos 45 años, tiene un pantalón de paño gris y un saco rojo ambos muy grandes para su escasa figura, el pelo correctísismamente peinado hacia atrás y usa unas gafas rendondas chiquitas que le dan cierto aire intelectual. Ahí está él analizando cuál va a ser el próximo bus en el que va a cantar, los mira a todos detenidamente, hay tiempo, la fila de carros y carros no se mueve. Finalmente fija la vista en el bus en el que voy yo, tiene un número considerable de pasajeros y lleva la puerta abierta ¡es el blanco perfecto! Agarra su guitarra, corre hacia él con emoción y cuando está justo a punto de subirse ve como el chofer le cierra la puerta en la cara. Baja su cabeza y se va caminando despacito despacito, la ropa parece quedarle más grande que antes, todo él es la imagen de la desilusión. ¿Cuántas veces al día tendrá que sobreponerse a las puertas cerradas? ¿Cuántas veces al día se ilusionará y desilusionará?

¡Que sentimiento más terrible es la desilusión!

...Como Amelie hecha agua...


febrero 28 de 2007

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