domingo, 16 de noviembre de 2008

Ecuador a las carreras

De Ecuador conocí únicamente las carreteras. En un poco más de venticuatro horas entré a Huaquillas y salí de Tulcán.

El viaje de sur a norte del país debería ser más corto, pero me ví atrapada en tres paros. Yo siempre me maravillé de la capacidad de los indígenas y campesinos ecuatorianos para inmovilizar el país, para hacerse escuchar, para botar presidentes. Tal sentimiento de solidaridad y admiración me duró exáctamente hasta el momento en el que tuve que soportar horas enteras en el bus más incómodo y sucio de todo el viaje, aguantando un calor infernal, y con la angustia de no alcanzar a llegar para navidad a Colombia. Que vergüenza! Así de frágil es mi espíritu revolucionario!

Sin embargo disfruto mucho de esos momentos en que por azar uno termina compartiendo la vida con gente que de otro modo nunca hubiera conocido. Mi compañero de viaje del trayecto Huaquillas-Quito, Marco, era un señor que en un principio me fastidió bastante. Era de esas personas habladoras que desde que te ven ya te quieren averiguar toda la vida y en dos minutos ya son tu mejores amigos. Durante las primeras horas decidí ignorarlo, al pobre ya le salían letreros, estábamos en el primer paro, no había nada que hacer y yo concentrada leyendo Crimen y Castigo. Viéndolo tan aburrido me compadecí y empecé a hablar con él. Resultó ser muy buena persona, me contó toda su vida, me mostró las fotos de su familia, tenía el celular lleno de fotos de las hijas en el parque, en el salón de clases, en la cama recién levantadas, en la cama al acostarse. Sí, en efecto era un poco intenso, pero buena gente.

En el puesto junto al nuestro iba otro señor que llevaba cinco canarios dentro de una cajita de 10 cms de alto por 20 de largo. Todo el viaje fue sufriendo por sus pajaritos, no había llevado alpiste suficiente para tantas horas. No hallaba que hacer el pobre, en los paros se bajaba a recorrer los alrededores para ver si encontraba algo, finalmente los estuvo alimentando a punta de agua durante las veinte horas de viaje. Lo curioso es que a pesar de su evidente preocupación reboleaba la caja en la que estaban los canarios sin ninguna compasión, la ponía en todas las posiciones, vertical, ladeada, sobre los morrales, la bajaba al piso, la subía a la silla. No quiero saber en qué estado llegaron los pobrecitos!

Este mismo señor tomó la vocería de los pasajero e hizo que nos pusieran una película para que las horas de espera no se hicieran tan largas. Él mismo sacó una de las películas que traía y pensando especialemnete en mí, en que yo era colombiana, puso una que se llamaba El Imperio de la Coca si mal no recuerdo. Que película más horrorosa, trataba de ser un reflejo de la realidad nacional, todo estaba absolutamente estereotipado, el guerrillero mamerto, el guerrillero malo remalo, el para costeño-turco, el narco de cadena de oro y la niña humilde víctima de todos. Todo esto además personificado por unos actores que daban lástima.

Todo el bus se paraba a hacerme preguntas "¿ay pero eso es así tan terrible en Colombia?", "No que peligro!" Cada quién tenía su comentario, yo sólo me limitaba a decirles, "bueno eso es una película, no todo es así", pero ellos quedaron absolutamente aterrados y felices de vivir en Ecuador y no en Colombia.

Yo pensaba quedarme un día en Quito, pero cuando llegué estaba muy cansada y ya sólo quería llegar rápido a Colombia. Es extraño lo que se añora, éstaba en el bus que me llevaba de Quito a Tulcán y yo sólo quería ir en un Expreso Bolivariano*...

* Es la compañía de buses más conocida en Colombia


diciembre 30 de 2006

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