martes, 2 de diciembre de 2008

Berlín y yo

He de confesar que mi amor por Berlín es absolutamente condicional. En junio cuando llegué nos amábamos locamente, ella me daba días largos y soleados y yo andaba por sus calles en chanclas y faldita sin entender porque un día de febrero 10 años antes la había abandonado sin remordimiento alguno.
A finales de agosto la pasión continuaba y yo manejaba mi bicicleta por una ciudad verde como pocas. Salía a correr alrededor del canal y veía gente sentada haciendo música, otros oyéndola, algunos comiendo, otros hablando y oía español, turco, francés, polaco, italiano, inglés a lo largo de mi recorrido.
Sí, una de las mayores armas de seducción que tiene Berlín es Kreuzberg, mi barrio, barrio de inmigrantes. La mayoría turcos, pero en realidad se ve gente de todos lados, latinos, africanos, españoles y sí, uno que otro alemán. Es un barrio lleno de olores, colores y sonidos, donde la vida está más viva.
En septiembre los días se hicieron más cortos y fríos, algunos de ellos con lluvias, pero el naranja el rojo y el amarillo se empezaron a tomar las hojas de los árboles y así la ciudad con otra tonalidad me seguía seduciendo, mientras yo le juraba amor eterno.
Sin embargo, nuestra relación empezó a tambalear en octubre con cada árbol sin hojas que me encontraba a mi paso.
Al mes siguiente la pasión terminó apagándose complétamente con la ausencia definitiva del Sol y el descubrimiento de que la alegre multiculturalidad de mi barrio allí se queda, en mi barrio, pues en este país los inimigrantes seguimos siendo indeseables que usurpan oportunidades. Así, en noviembre, cuando empezaba a acostumbrarme a su cercanía tuve que despedirme de Nicole, mi amiga brasilera quien tuvo que irse "por su propia voluntad" antes de que la deportaran. Su esposo alemán se quedó aquí mientras termina este año laboral, luego se va a Brasil, de donde, dice él, espera no tener que volver en mucho tiempo. Berlín fue para él el escenario de la separación de su amor.
Ahora estoy superando esos momentos de profunda desilusión y desamor y ella, Berlín, hace intentos esporádicos de reconquistarme, como el día de mi cumpleaños en el que al amanecer me regaló mucha mucha nieve y después hizo que el Sol brillara para mí en un cielo muy azul... Entonces, durante esos cortos momentos en que el Sol brilla nuevamente, o en los que cae nieve vuelvo a enamorarme de esta ciudad y sonrío sabiendo que nuestro amor no es eterno.



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